Will Ackerman, Jeff Oster & Tom Eaton - Brothers (2021)

El álbum "Brothers" de Will Ackerman, Jeff Oster y Tom Eaton es un cálido y profundo encuentro musical entre tres virtuosos que, más que colaborar, confluyen como hermanos en la creación sonora. Con Ackerman aportando su guitarra acústica llena de sutileza, Oster su trompeta y fliscorno de timbre diáfano, y Eaton su piano, teclados y texturas envolventes, se gestan ocho piezas instrumentales que fluyen con serenidad, introspección y armonía. La atmósfera del álbum evoca un espacio de refugio y contemplación, ideal para momentos de pausa y reflexión. Además, la crítica lo ha definido como “una mezcla de tristeza, anhelo, anticipación y esperanza” que surge de un momento emocional complejo. Ha tenido  un reconocimiento a su calidad expresiva.

Will Ackerman, Jeff Oster & Tom Eaton - Brothers (2021)

01. Wild Bird
02. The Golden Hour
03. While There's Time
04. Head For The Sky
05. Three Trees
06. The Confluence
07. It Had To Be Like That
08. You Make My Heart

Duración total: 38:00 min.

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  1. “Canta, aunque la rama tiemble”

    Vivir en Aluminé es convivir con el misterio del viento y la certeza de la montaña. Aquí, cada amanecer se siente como un antiguo canto mapuche que invita a despertar el espíritu antes que el cuerpo. El río, con su murmullo constante, parece recordar que todo fluye, incluso aquello que creemos inmóvil dentro de nosotros.

    Hay días en que uno sale temprano, cuando el rocío aún cubre los coirones, y el sol apenas comienza a rozar las cumbres del Rahue. Es en esos instantes, en ese silencio de oro, cuando uno entiende la frase de Víctor Hugo: “Sé como el ave que, al posarse en ramas ligeras las siente ceder, y sin embargo canta, porque sabe que tiene alas.”
    No se trata solo de confiar en lo que uno puede hacer, sino de recordar quién uno es cuando la vida tiembla bajo los pies.

    Porque la vida aquí, en la Patagonia, no se mide en certezas, sino en presencias. Las ramas se doblan: el viento arrecia, el invierno muerde, el camino se corta con la nieve. Sin embargo, uno aprende a cantar igual. Aprende a mirar al cielo y descubrir que cada nube es un pensamiento que puede cambiar de forma.
    Aprende a no temerle al crujido de la rama, porque ese sonido es solo la voz del mundo recordándote que estás vivo, que aún puedes volar.

    A veces, mientras escucho el kultrún resonar en alguna ceremonia o en el eco lejano de una guitarra criolla junto al fuego, siento que el alma humana es como ese instrumento: vibra con lo invisible.
    Y cuando vibra, cuando se atreve a sonar, incluso en medio del silencio más profundo, algo en el universo responde.
    Quizá no con palabras, pero sí con señales: el vuelo de un cóndor, el reflejo del lago en calma, o simplemente la paz que llega cuando uno acepta que no todo necesita ser comprendido para ser vivido.

    Aluminé enseña eso: que la fuerza no siempre está en resistir, sino en confiar en que se puede seguir volando aunque la rama se quiebre.
    Que el miedo, cuando se lo mira con ternura, se disuelve como la escarcha al sol.
    Y que cantar —aunque sea en voz baja, aunque tiemble la voz— es un acto sagrado de libertad.

    Hay algo profundamente espiritual en ese gesto: abrir el corazón, dejar que el aire se transforme en sonido, y decirle al universo “aquí estoy”.
    Porque en ese momento uno deja de ser solo un cuerpo y se vuelve puente entre la tierra y el cielo.
    Quizás eso es lo que quiso decir Víctor Hugo: que la fe no es negar el temblor, sino volverse melodía en medio de él.

    Y cuando cae la tarde sobre Aluminé, cuando el sol pinta de cobre los cerros y los álamos susurran sus secretos, uno puede cerrar los ojos y sentir que todo —el viento, las aves, los ríos, el propio pensamiento— forma parte de una misma canción.
    Una canción que no pide aplausos, solo escucha.
    Una canción que nos recuerda que siempre hemos tenido alas, aunque a veces olvidemos cómo usarlas.

    Así, desde este rincón del mundo, donde la naturaleza no separa lo divino de lo humano, aprendo cada día que vivir es un arte de equilibrio, de confianza y de vuelo.
    Que incluso en las ramas más frágiles hay espacio para el canto.
    Y que el alma, cuando se atreve a cantar, nunca cae: solo cambia de cielo.

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