En “The Lost Tracks” Richard Dillon parece abrir una puerta hacia un espacio de introspección moderada, un viaje sonoro que fluctúa entre emotividad minimalista y efervescencia melódica discreta. La variedad de títulos —desde “Butterfly Dreams” hasta “Smokey Mountain Sunset”— aporta una sensación paisajística, un contraste de luz y sombra, de fugacidad y permanencia. El resultado es un trabajo que invita a detenerse, a escuchar con atención, y donde la ambientación prima sobre el impacto inmediato: Dillon pone la melodía al servicio de la calma, del recuerdo y de la evocación más que del exhibicionismo técnico. Es un álbum para saborear lentamente, con auriculares o en un espacio tranquilo, ideal para quienes buscan una conexión más suave, pero no trivial, con la música.
Richard Dillon - The Lost Tracks (2024)
01. Arlington
02. Crystal Rain
03. Butterfly Dreams
04. Cloudburst
05. Don’t Go
06. Echoes of a Broken Heart
07. Twilight
08. Putting Pen to Paper
09. Faded Memories
10. Goodbye
11. Lullaby
12. Lost
13. Passage of Time
14. New Earth
15. Smokey Mountain Sunset
Duración total: 49:49 min.
01. Arlington
02. Crystal Rain
03. Butterfly Dreams
04. Cloudburst
05. Don’t Go
06. Echoes of a Broken Heart
07. Twilight
08. Putting Pen to Paper
09. Faded Memories
10. Goodbye
11. Lullaby
12. Lost
13. Passage of Time
14. New Earth
15. Smokey Mountain Sunset
Duración total: 49:49 min.
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🌕 “Cuando la noche canta en Aluminé”
ResponderEliminarPor un viajero del alma
“Si quieres la luna, no te escondas de la noche.
Si quieres una rosa, no huyas de las espinas.
Si quieres amor, no te escondas de ti mismo.” — Rumi
Hay noches en Aluminé en las que el silencio tiene música.
No es un silencio vacío: es el rumor del río que acaricia las piedras,
es el susurro del viento que baja desde el Ruca Choroy,
es el corazón de la tierra recordándote que también eres parte del pulso del universo.
Cuando las estrellas se encienden sobre el lago, me gusta salir a caminar.
El aire es tan puro que parece que el alma respira mejor,
como si se purificara con cada paso sobre la tierra fría.
Y ahí, bajo la cúpula inmensa del cielo patagónico, entiendo a Rumi:
no se puede buscar la luz si uno teme a la oscuridad.
He pasado muchas noches intentando huir de mis propias sombras.
El miedo, la duda, el pasado, esos fantasmas que se sientan al fuego conmigo.
Pero aquí, en esta tierra de montañas antiguas y viento sabio,
aprendí que las sombras no son enemigas, sino maestras.
Que sin noche no hay amanecer,
y que las espinas también protegen la fragancia de la flor.
La cultura mapuche tiene una enseñanza que resuena con esto:
dicen que todas las fuerzas de la naturaleza tienen su equilibrio,
que no hay bien sin su contrario, ni día sin su guardián oscuro.
La armonía nace cuando uno deja de luchar contra lo que es,
y empieza a danzar con ello, como el fuego danza con el aire.
En Aluminé, los inviernos son largos,
pero el espíritu aprende a mirar más allá del frío.
Aprende a encontrar belleza en la quietud,
en el humo que se eleva de una estufa de leña,
en el canto lejano de un cóndor que atraviesa la tarde.
Cada cosa, incluso la más simple, tiene algo que decirte
si te atreves a quedarte en silencio el tiempo suficiente para escuchar.
Rumi nos invita a no escondernos.
Y eso es lo más difícil: no huir de uno mismo.
Mirar hacia dentro es enfrentarse al propio invierno.
Pero así como en la montaña el deshielo revela nuevos cauces,
mirar dentro revela los caminos que estaban ocultos por el hielo del miedo.
No se trata de ser perfectos, ni de eliminar el dolor.
Se trata de abrir el corazón, aunque duela.
De abrazar nuestras contradicciones,
porque sólo quien se acepta entero puede amar de verdad.
Cuando te atreves a mirar la noche sin miedo,
descubres que la luna no está tan lejos.
Está en ti, reflejándose en las aguas tranquilas de tu alma.
Hoy, mientras el río Aluminé murmura su canción incesante,
cierro los ojos y dejo que el sonido me atraviese.
No hay nada que alcanzar, sólo algo que recordar:
que somos parte del mismo misterio que enciende las estrellas,
que el amor no se busca afuera, sino que se revela dentro
cuando dejamos de escondernos de nosotros mismos.
Quizás eso sea la verdadera música enigmática del espíritu:
una melodía que sólo se escucha cuando la mente calla,
cuando el alma, cansada de resistir,
se rinde por fin a la verdad más simple y más profunda:
que la luz y la sombra son una misma danza.
Así, en Aluminé, entre montañas y silencios,
aprendí que querer la luna no es desear lo imposible,
sino tener el coraje de caminar bajo la noche.
Porque sólo quien abraza la oscuridad
puede descubrir la claridad que habita en su propio corazón.