El álbum "Pieces of Forever" de la pianista y compositora Laura Sullivan es una obra íntima que rinde homenaje a sus padres y a la fusión de géneros que marcaron su vida. Creado entre texturas de música clásica contemporánea y ambient, el disco recoge la herencia de su madre como pianista clásica y de su padre como músico country que tocaba guitarra y armónica. A lo largo de sus once piezas originales, la artista juega con la melancolía, la gratitud y el recuerdo sobre el paisaje de su infancia en un viejo rancho en los pies del Mount Lassen, en California. Con una producción cuidada y una arquitectura sonora que invita a la reflexión, "Pieces of Forever" no solo es un tributo familiar sino también una meditación sobre el paso del tiempo, la pérdida y la permanencia del amor.
Laura Sullivan - Pieces of Forever (2021)
01. A Darker Season
02. Rest Your Sorrow, Movement 1
03. The Farewell Fields
04. Rest Your Sorrow, Movement 2
05. The Long Goodbye
06. Pieces of Forever (Prelude)
07. Rest Your Sorrow, Movement 3
08. When We Were Happy
09. Damaged Poetry
10. Blue Tent Creek
11. Pieces of Forever (Postlude)
Duración total: 35:51 min.
01. A Darker Season
02. Rest Your Sorrow, Movement 1
03. The Farewell Fields
04. Rest Your Sorrow, Movement 2
05. The Long Goodbye
06. Pieces of Forever (Prelude)
07. Rest Your Sorrow, Movement 3
08. When We Were Happy
09. Damaged Poetry
10. Blue Tent Creek
11. Pieces of Forever (Postlude)
Duración total: 35:51 min.
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🌄 "Entre montañas y espejos del alma"
ResponderEliminarPor un viajero del espíritu desde Aluminé
“¿Quieres saber lo que fuiste? Mira lo que eres. ¿Quieres saber lo que serás? Mira lo que haces.”
Esa frase llegó a mí una tarde en que el viento bajaba desde la cordillera y el sol se reflejaba sobre el río Aluminé como un espejo líquido. No sé si fue el eco de los pehuenes o el rumor del agua, pero sentí que el universo me hablaba en su idioma silencioso. Aquí, donde la tierra aún respira memoria, uno aprende que cada paso deja una huella, y cada huella es reflejo de lo que somos… y de lo que seremos.
Vivir en Aluminé es convivir con la sabiduría del tiempo. Las montañas no se apuran; observan, esperan. Los mapuches dicen que el newen, la energía vital, habita en todo: en la piedra, el lago y el viento. Y cuando uno aprende a escuchar, ese newen enseña el arte de ser. Comprendí que no somos lo que fuimos ni lo que anhelamos ser, sino lo que hacemos ahora con lo que tenemos.
A veces el cielo se cubre de nubes y la vida parece un sendero empinado. Entonces el proverbio cobra sentido: lo que hago hoy es la semilla del mañana. Si cultivo la queja, recogeré tristeza; si siembro gratitud, florecerá esperanza. En el silencio patagónico, el alma no puede mentirse. Los espejos del lago Ruca Choroy devuelven cada pensamiento, cada emoción, y me recuerdan que el presente es el único puente entre pasado y futuro.
Una tarde, un anciano mapuche me dijo junto al fuego:
—El espíritu del hombre camina igual que el río. A veces rápido, a veces lento, pero siempre hacia el mar.
Entonces comprendí que fluir no es rendirse, sino confiar. Que el alma, como el agua, siempre encuentra su camino, incluso entre las piedras.
Al amanecer, cuando el sol dora los cerros del Rahue, respiro y agradezco. No es un ritual, sino un diálogo con la existencia. Miro mis manos: con ellas puedo crear, sanar, compartir. Observo mis pensamientos: con ellos puedo construir o destruir. Y me pregunto: ¿Qué estoy haciendo hoy que honre al ser que deseo ser mañana?
El viento de Aluminé es un sabio consejero. Sopla fuerte, limpia las ramas secas, barre lo innecesario. Así debería actuar el espíritu: dejar ir la culpa, el miedo, las comparaciones. La vida no se trata de perfección, sino de presencia. Si cada acción está impregnada de conciencia, el futuro ya está bendecido.
Al caer la tarde, escucho melodías que parecen nacer del viento. No buscan entretener, sino recordar. Me recuerdan quién soy cuando no me defino, cuando simplemente soy. En esos instantes entiendo que la superación personal no está en alcanzar una cima, sino en mantener viva la llama interior que impulsa a seguir ascendiendo.
He aprendido que el espíritu se fortalece no por la ausencia de dificultades, sino por la manera en que las enfrentamos. Cada obstáculo es un maestro, cada caída una oportunidad. Como las montañas, que nacen de la presión y el fuego, también nosotros somos esculpidos por la experiencia.
Cuando la vida se torna incierta, recuerdo: lo que hago en este instante define el paisaje que habitaré mañana. Si actúo con amor, el futuro será un valle fértil; si actúo con miedo, me perderé en la niebla.
El crepúsculo cae sobre Aluminé. Cierro los ojos y dejo que el espíritu viaje más allá del horizonte visible. Siento que todo está conectado: las raíces del pehuén, mi respiración, las estrellas que nacen.
Y comprendo, finalmente, que no hay destino ajeno a nuestras acciones. Somos los artesanos del propio destino, los compositores de una sinfonía que se escribe con cada gesto.
Mañana, cuando camine otra vez junto al río, llevaré conmigo este pensamiento:
“El pasado es la semilla, el presente es la flor, el futuro será el fruto.”
Y mientras el viento del sur acaricie las aguas, sabré que el espíritu —como la música— nunca muere: solo se transforma, viajando más allá del crepúsculo hacia territorios donde el alma vuelve a reconocerse… libre, infinita y luminosa.