Terry Oldfield - A Time For Peace (2025)

El álbum de Terry Oldfield, "A Time For Peace", lanzado en 2025, es una obra que busca ofrecer un respiro de tranquilidad y reflexión en medio de la agitación global. Inspirado por líderes espirituales como el Dalai Lama, Oldfield grabó este álbum en Australia, utilizando una variedad de instrumentos como flauta, violonchelo, arpa, guitarra clásica y teclados. El álbum consta de nueve temas, incluyendo "Full Moon," "Joy" y "Shadows Dancing," que incorporan sonidos de la naturaleza para crear una atmósfera serena y contemplativa. A través de este trabajo, Terry Oldfield busca manifestar el deseo humano de paz y compasión, promoviendo una manifestación de paz que va más allá de la simple ausencia de violencia.

Terry Oldfield - A Time For Peace (2025)

01. Full Moon
02. Joy
03. Stream
04. Free As Air
05. A New Day
06. Arrival
07. After The Rain
08. Rising Sun
09. Shadows Dancing

Duración total: 50:49 min.

Comentarios

  1. ✨ Reflexión espiritual
    "Si las personas son imperfectas, amarlas es la respuesta perfecta." — Kristi Nelson.

    En un mundo que nos exige constantemente ser mejores, más rápidos o más fuertes, olvidamos que la perfección no es la meta, sino el amor que damos y recibimos en medio de nuestra imperfección. Amar, incluso cuando el otro nos hiere o se equivoca, no significa justificar, sino comprender que todos caminamos con heridas invisibles. El amor es el puente que nos recuerda que lo que importa no es la forma, sino la esencia; no la apariencia, sino la presencia. Y a veces, la mayor superación personal es elegir la ternura donde antes elegíamos el juicio.

    El nuevo álbum de Terry Oldfield, A Time For Peace, es mucho más que una colección de melodías; es una invitación a respirar de nuevo en medio del caos. Cada nota, cada flauta que acaricia el aire, cada cuerda que vibra, parece susurrarnos que la paz no es algo que se espera, sino algo que se construye dentro de nosotros. Oldfield nos recuerda que la serenidad interior es una obra artesanal, hecha de instantes simples y de un corazón dispuesto a escuchar. Esta música se convierte en un maestro silencioso: nos enseña que, así como una melodía no se apresura para llegar a su final, nosotros tampoco deberíamos apresurarnos en nuestro camino de crecimiento. Que cada día sea, aunque sea un 1%, un paso hacia la mejor versión de nosotros mismos.

    🌀 Diario del Viajero Interior "Río de espejos"
    Hoy el río parecía guardar en su superficie todos los rostros que he amado. Unos estaban claros, otros difusos; algunos sonreían, otros callaban. Me incliné para ver mejor y entendí que todos ellos viven dentro de mí, como un eco que nunca se apaga. El agua me enseñó que no necesito que sean perfectos para que los lleve conmigo. Basta con que hayan tocado mi vida… y eso, ya es para siempre.

    🌒 Más Allá del Crepúsculo
    Cuando el día comienza a inclinarse hacia la noche, y la luz se tiñe de oro, pienso en cuánto poder tiene un pequeño cambio constante. No necesitamos una revolución interna de un solo golpe; basta con ese 1% que, repetido, transforma montañas en polvo y heridas en cicatrices de sabiduría. Bajo este cielo que se apaga lentamente, me repito que amar es la práctica más elevada del espíritu, y que la paz —la verdadera— se cultiva como una melodía suave que uno toca a diario, hasta que se convierte en parte de su respiración.

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  2. ❄️ "Invierno del alma: amar lo imperfecto"

    Vivo en Aluminé, donde el invierno no solo enfría la piel, sino que despierta el alma.
    Aquí, entre montañas silenciosas y lagos dormidos bajo el hielo, uno aprende que el frío no siempre es ausencia: a veces es una forma distinta de calor.
    El calor de la quietud, del recogimiento, del abrazo invisible que la vida te da cuando todo parece detenido.

    Durante las largas noches, cuando el viento baja de los cerros como un canto antiguo y las estrellas tiemblan sobre el lago, pienso en las palabras de Kristi Nelson:
    “Si las personas son imperfectas, amarlas es la respuesta perfecta.”
    Y me pregunto cuántas veces confundimos la perfección con la paz, cuando en realidad la verdadera paz llega cuando dejamos de exigir que el mundo —y nosotros mismos— sea distinto de lo que es.

    En invierno, Aluminé enseña eso.
    Los árboles desnudos no se lamentan por haber perdido sus hojas.
    Los ríos, aunque más lentos, siguen su curso.
    La tierra duerme, pero no muere; se prepara en silencio.
    Y yo, mirando la neblina sobre el río, entiendo que la vida también necesita sus inviernos: esos momentos de pausa en los que no florecemos, pero echamos raíces más hondas.

    El amor —ese misterio que el espíritu siempre busca descifrar— no florece solo en la luz.
    A veces, el amor más verdadero es el que sabe permanecer en la penumbra, el que calienta sin exigir, el que acepta sin corregir.
    Amar lo imperfecto no es resignarse: es comprender que la belleza más profunda habita en lo que es humano, frágil, incompleto.

    Recuerdo una vez que una anciana mapuche me dijo, mientras encendía el fuego en su ruca:
    “El amor no es para cambiar al otro, es para acompañar su cambio.”
    Sus palabras quedaron resonando en mí, como un tambor suave en medio del viento.
    Desde entonces entendí que el amor es una forma de presencia, no de posesión.
    Que amar a alguien, o a uno mismo, no significa idealizar, sino mirar con ternura lo que todavía está aprendiendo a ser.

    En estas tierras, la cultura mapuche enseña que todo está vivo: el río, la piedra, el árbol, el aire.
    Y que todo merece respeto porque todo está en proceso, todo está creciendo, todo tiene su newen —su fuerza vital—.
    Si las personas somos imperfectas, también lo son los días, las estaciones, las emociones. Pero en esa imperfección palpita el pulso del universo.
    El amor, entonces, es el hilo invisible que une todas esas fracturas y las convierte en música.

    En los días más fríos, cuando la escarcha cubre los techos de chapa y el humo de las chimeneas se eleva como plegarias, siento que cada respiración es una forma de gratitud.
    Amo la imperfección de este lugar: los caminos de ripio, las distancias infinitas, los silencios largos que obligan a escuchar.
    Porque en ellos encuentro lo que ninguna perfección podría darme: presencia.

    Y pienso que amar lo imperfecto —a las personas, a uno mismo, al mundo— es una forma de fe.
    Una fe sin dogmas, sin templos, sin promesas de eternidad, pero con una certeza simple: que todo lo que es, basta.
    Que cada cicatriz, cada error, cada intento, forman parte del tejido luminoso del ser.
    Que la luz no sería tan hermosa si no conociera la sombra.

    El invierno me lo recuerda cada día.
    Las montañas parecen dormidas, pero dentro de ellas la vida se reacomoda, silenciosa.
    Así también nosotros: a veces necesitamos detenernos, abrazar nuestra propia imperfección, darnos calor con la ternura que antes buscábamos afuera.

    Porque amar no es resolver.
    Amar es sostener con suavidad aquello que aún está en camino.
    Amar es abrir la mano, no cerrarla.
    Amar es dejar que el otro —y nosotros mismos— exista tal cual es, sin condiciones.

    Y cuando entiendo eso, el frío se vuelve maestro.
    El invierno deja de ser soledad y se transforma en contemplación.
    Entonces el espíritu se eleva, como una melodía que no necesita partitura,
    una nota que vibra más allá del crepúsculo, hacia esos lugares insospechados donde solo el amor puede llegar.

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  3. ✨ Epílogo para MusiK EnigmatiK

    En este rincón helado del mundo, donde la nieve y el silencio se abrazan, el alma aprende a escuchar su propia voz.
    El amor —imperfecto, humano, inacabado— es la música secreta que nos guía a través de la oscuridad.
    Y quizás eso sea lo más enigmático de todo: que cuanto más aceptamos nuestras sombras, más brilla nuestra luz interior.

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