Jim "Kimo" West & Michael Whalen - Two Shores (2025)

"Two Shores", el segundo álbum de colaboración entre el virtuoso guitarrista de slack key hawaiano Jim "Kimo" West y el compositor y pianista neoyorquino Michael Whalen, es una obra maestra instrumental que navega entre la serenidad del Pacífico y la sofisticación de la costa este. El disco se destaca por su delicada fusión de la técnica de guitarra de slack key, melódica y rítmicamente envolvente, con los arreglos de piano de Whalen, ricos en texturas y armonías. Cada pieza evoca un paisaje sonoro diferente, desde las tranquilas playas de Hawái hasta los atardeceres urbanos de Nueva York, creando un diálogo musical que es a la vez calmante y profundamente conmovedor. "Two Shores" es una experiencia auditiva única que celebra la belleza de la conexión a través de la distancia y las diferencias.

Jim Kimo West & Michael Whalen - Two Shores (2025)

01. Two Shores
02. Ocean's Embrace
03. Sand Between My Toes
04. Malibu Breeze
05. Tides of Your Touch
06. A Moment Like Forever
07. Pikake
08. Watching The Rain
09. Rise With The Sun
10. Weightless on the Wind

Duración total: 44:43 min. 

Comentarios

  1. "Aquel que quiere cantar siempre encuentra una canción." Dice el proverbio sueco, y siento que hoy esas palabras son como un espejo de lo que llevo dentro. Porque aun cuando el cielo se viste de gris, con lluvia intermitente y un sol que se abre paso entre las nubes, el alma tiene la capacidad de encontrar su propia melodía. Quizás no sea un canto perfecto, quizás la voz se quiebre, pero lo esencial es dejarla salir, porque cada canción que nace desde adentro es un puente hacia la vida.

    Escuchar "Two Shores," este diálogo entre la guitarra de Kimo West y el piano de Michael Whalen, me recordó que siempre existen orillas distintas dentro de mí mismo: la calma y la tormenta, la duda y la confianza, el peso de mi cuerpo que a veces me limita y la ligereza de mi espíritu que me impulsa a seguir. Dos orillas que pueden parecer opuestas, pero que en verdad se complementan. Y esa música, tan serena y tan profunda, me invita a reconciliar esas dualidades, a encontrar belleza tanto en mis fuerzas como en mis fragilidades.

    Ayer, en el dojang, mi respiración fue pesada, el cuerpo se resistió, la pechera se volvió una montaña que me costaba escalar. Y sin embargo, estuve ahí. Quizás no fui el más ágil, pero cumplí con lo más importante: no rendirme. Mi compañero me ofreció paciencia y apoyo, y aunque olvidé agradecerle, hoy lo hago con el corazón. Me doy cuenta de que siempre puedo elegir cómo vivir cada momento: en silencio, o en canción. Yo elijo cantar.

    Y en esta jornada que se abre con arco iris posibles, aunque sea solo un destello en el horizonte, me digo que la vida siempre esconde tesoros, no tanto al final del arco iris, sino en la forma en que camino hacia él. El propósito de hoy es claro: buscar y expresar mi propia canción interior, aunque sea humilde, aunque nadie la escuche. Puede ser un gesto amable, una palabra de aliento, una sonrisa compartida. Cada pequeña canción que salga de mí será un regalo, y también un recordatorio de que no importa cuán lejos parezcan las orillas, siempre existe un puente invisible que las une.

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  2. El crepúsculo llega como un puente secreto entre mundos. No es día ni noche, sino el umbral donde todo se suspende: las montañas nevadas se visten de un violeta sagrado, los árboles parecen guardar silencio y hasta el río baja con una calma distinta, como si también escuchara. Hay algo en este instante que nos recuerda que no somos dueños del tiempo, sino peregrinos de sus estaciones.

    Mirar el horizonte en este momento es sentir la eternidad acariciando lo efímero. El sol, que durante el día se mostraba en plenitud, ahora se rinde sin resistencia, se hunde lentamente y nos enseña el arte de entregarse. Las nubes, teñidas de fuego y violeta, parecen dejar un mensaje: lo bello no se aferra, se transforma. Y yo, al contemplar esta escena, me descubro como un viajero que también necesita aprender a soltar sin miedo, confiando en que la noche trae sus propios dones.

    Más allá del crepúsculo, hay un llamado silencioso a la introspección. Es la hora de mirarse hacia dentro, de dejar atrás las cargas del día y abrazar la quietud. Cada ocaso es también un espejo de mi propia vida: cuántas veces encendí mi fuego, cuántas veces me apagué, y cuántas veces me transformé en algo nuevo. El violeta de las montañas parece recordarme que el alma siempre tiene la posibilidad de renacer, aun cuando todo se oscurezca.

    Este instante me invita a un propósito sencillo pero profundo: quedarme quieto un momento, respirar, agradecer lo vivido hoy y aceptar lo que venga con el corazón abierto. El crepúsculo no promete certezas, pero sí regala confianza: así como el sol vuelve cada mañana, también mis fuerzas regresan cuando sé esperar.

    Quizás el verdadero misterio de este umbral sea recordarnos que no caminamos solos. Que en el silencio violeta del horizonte hay presencias invisibles, memorias antiguas, voces que susurran desde el tiempo. Y entonces siento que no importa lo gris o pesado que haya sido el día, porque aquí, en este instante suspendido, el alma encuentra consuelo y renovación.

    Más allá del crepúsculo… todo vuelve a empezar.

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  3. 🎶 "Donde el alma encuentra su canción"
    Por un caminante de Aluminé

    Vivo rodeado de montañas que susurran melodías invisibles.
    Aluminé es mi refugio, pero también mi espejo. Aquí los días se mueven al ritmo del viento, y las noches, con sus infinitos silencios, parecen estar afinadas por las estrellas. En este rincón del sur, uno no puede huir de sí mismo; la naturaleza te devuelve siempre tu propia voz.

    He aprendido que el silencio no es ausencia de sonido, sino el preludio de una canción interior. Y cada vez que la vida se torna áspera o incierta, recuerdo el antiguo proverbio sueco:
    “Aquel que quiere cantar siempre encuentra una canción.”

    Cuando llegué a Aluminé, creía que las montañas eran mudas. Pero un invierno, mientras el río dormía bajo una delgada capa de hielo, escuché algo: un murmullo profundo, como un canto contenido. No venía de ningún lugar exacto; venía de todos. Era el agua soñando con volver a fluir.

    Desde entonces entendí que todo en la naturaleza canta, solo que a veces uno está demasiado ocupado para escucharlo.
    El pehuén canta con su silencio sabio.
    El fuego del fogón canta cuando chispea en la oscuridad.
    Y el corazón humano, cuando se atreve a recordar quién es, también entona su melodía más pura.

    En la cultura mapuche se dice que cada ser tiene su ngen, su espíritu guardián. No es una figura externa, sino una vibración que habita en nosotros y en todo lo que existe. Quizás esa sea la canción a la que se refiere el proverbio: una frecuencia interna que nos une con lo sagrado.

    No todos los días suenan afinados. Hay mañanas en las que el alma parece sorda, en las que el peso del mundo apaga cualquier nota. Pero aquí, en estas tierras del viento, he aprendido algo esencial: la música no desaparece, solo cambia de tono.

    El trueno también es una canción. La lluvia que golpea el techo, la respiración cansada, el llanto, incluso el silencio cuando ya no quedan fuerzas… todo forma parte de la sinfonía que somos.
    Cantar, he comprendido, no siempre implica emitir sonido; a veces es simplemente elegir la esperanza.

    En las tardes doradas, cuando el sol se esconde detrás del cerro Las Horquetas y el aire huele a leña, me gusta sentarme junto al río. Cierro los ojos y escucho el murmullo del agua que no se cansa nunca de seguir su curso.
    Y pienso: el río no se queja por las piedras que encuentra en su camino. Las abraza, las rodea, y con ellas crea su propio canto.

    Tal vez eso sea vivir: aprender a hacer música con lo que la vida nos da, aunque las notas no sean perfectas.
    Cada desafío, cada pérdida, cada espera —si se las mira con el corazón abierto— pueden convertirse en parte de una canción más grande.
    Y es que el alma, cuando se atreve a mirar el horizonte con gratitud, nunca desafina del todo.

    Al caer la noche, las estrellas se encienden como cuerdas de un arpa celeste. El universo entero parece un instrumento esperando ser tocado.
    Y entonces, en ese instante suspendido más allá del ruido del mundo, entiendo que todos somos músicos del misterio.
    Cada uno lleva dentro una canción que solo él puede cantar.
    Y cuando la compartimos —con una palabra amable, con una acción, con un gesto de compasión— el mundo se armoniza un poco más.

    La canción no está perdida. Está en ti, esperando.
    Y no importa cuán rota, cansada o incierta parezca tu voz: si de verdad quieres cantar, la melodía te encontrará.

    Aluminé me ha enseñado que vivir es un acto musical.
    El viento compone, el río improvisa, la tierra sostiene el ritmo, y el corazón… el corazón es el instrumento que da sentido a todo.

    Por eso, cuando los días se nublan y el silencio pesa, no busco más respuestas: simplemente me detengo, respiro, y dejo que el espíritu recuerde su canción.

    Porque, como susurra el proverbio del norte lejano, y como confirman estas montañas del sur:
    quien de verdad quiere cantar, siempre encontrará su canción.

    Y en esa canción, aunque sea una nota, aunque sea un suspiro,
    la vida vuelve a tener sentido.

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