La flauta y el alma encantadora de Deuter, en una melodía en capas que invita a entrar en un mundo de silencio interior y de vital meditación. Deuter apareció por primera vez en los albores de la escena de la música progresiva alemana, pero rápidamente se mueve fuera a un reino más etéreo. "Azul Terrestre" tiene una génesis inusual: el compositor y flautista fue contactado para crear fondos musicales para una planta de producción de automóviles y de reunión en la ciudad de origen de la empresa en Alemania. La sensación general es apacible y de sencilla tranquilidad. La música de Deuter es profundamente relajante y espiritual con instrumentos bastante esotéricos.

Comenzamos a retroandar el camino retrospectivo dominguero en el blog! Y no es de extrañar que comencemos a escuchar seguido por aquí a uno de los padres fundadores de la música New Age. Nos referimos a Deuter. Levanten la mano quienes son los que alguna vez fueron seducidos por el toque de su flauta de bambú! Yooo
ResponderEliminarAcá lo tenemos explorando el planeta azul, nuestra nave esapacial llamada Tierra, con su música. Un encantamiento mágico de sonidos y colores! Felicitaciones Deuter por esta maravillosa joya que has regalado al mundo!
Y para reflexionar mientras se produce el deleite les dejo una frase de Haruki Murakami, escritor japonés.
"¿Por qué no puede uno olvidar las cosas que desea olvidar?"
Yooo levanto la mano y hago una reverencia al Sr Artista Deuter, que me acompañó haya lejos y hace tiempo en la primera práctica de Yoga que dí recien recibida!!! Que emocionante recuerdo, Neto!
ResponderEliminarBelleza sin igual!!!!
GRACIAS Neto por esta caricia al Alma!!!
Jajaja! Si, ya sabíamos de tu primer práctica de Yoga de maestra recibida y de tu preferencia hacia Deuter! me alegro que te haya gustado! Vamos por más! Gracias a vos! ♫♫♪♫♫♪♫♫♪
ResponderEliminar☀️ "El eco del agua: lo que el alma no puede olvidar"
ResponderEliminarVivo en Aluminé, y el verano aquí es un respiro del universo.
El viento del sur trae el aroma de los piñones maduros, los lagos se abren como espejos y los días parecen extenderse más allá del tiempo.
El sol ilumina las montañas como si revelara una verdad antigua, y yo camino por los senderos que bordean el río Aluminé intentando descifrar esa pregunta que a veces nos quema por dentro:
“¿Por qué no puede uno olvidar las cosas que desea olvidar?” —Haruki Murakami.
Quizás la respuesta esté en el propio paisaje.
Aquí, en la Patagonia, la memoria tiene cuerpo.
Los cerros guardan historias, el agua conserva los secretos de quien la escucha, y el viento lleva consigo voces que nadie ve, pero todos sienten.
El olvido no existe en la naturaleza.
Cada cosa deja una huella: una piedra movida, una rama quebrada, un rastro de fuego en la tierra.
Tal vez por eso el alma tampoco puede olvidar del todo: porque forma parte de esa misma red donde todo está unido.
En verano, el río es una presencia viva.
Su murmullo constante me recuerda que la memoria no siempre es un peso, sino un cauce.
Hay recuerdos que duelen, sí, pero también enseñan.
Intentar olvidar lo que fue es como querer detener el agua con las manos: cuanto más lo intentas, más se escapa, y sin embargo, algo queda… una humedad suave que todavía toca la piel.
A veces me siento junto al lago Ruca Choroy al atardecer, cuando el sol se esconde detrás de los pehuenes y el reflejo del cielo se disuelve lentamente en el agua.
En ese silencio que parece infinito, comprendo que los recuerdos son parte del alma que insiste en no dormirse.
Son los hilos invisibles que nos unen a lo que fuimos, a quienes amamos, a lo que nos hizo crecer.
La cultura mapuche tiene una palabra hermosa: “küme mongen”, que significa buen vivir.
No es simplemente bienestar material; es equilibrio con uno mismo, con la tierra, con los demás.
Y para alcanzar ese equilibrio, hay que reconciliarse con la memoria, no pelear contra ella.
El recuerdo, incluso el doloroso, también tiene su newen —su energía—.
Y cuando se lo escucha con respeto, se transforma en sabiduría.
El problema no es no poder olvidar, sino no saber qué hacer con lo que recordamos.
Porque lo que no sanamos se repite, como un eco que vuelve una y otra vez en el valle.
El alma no olvida porque necesita cerrar el círculo.
Y cuando finalmente aceptamos mirar lo que duele, sin juzgarlo, sin temerlo, algo se aligera dentro.
El recuerdo deja de ser herida y se convierte en raíz.
Camino por la orilla del río y pienso:
Quizás no estamos hechos para olvidar, sino para integrar.
Para transformar la tristeza en comprensión, la pérdida en ternura, la culpa en aprendizaje.
El olvido nos vacía; la aceptación nos completa.
El verano en Aluminé enseña eso con su propio lenguaje:
El sol no niega la sombra; la ilumina.
El río no esconde sus remolinos; los abraza y sigue su curso.
La vida no borra lo que fue; lo disuelve en su constante renacer.
A veces, lo que creemos que deberíamos olvidar es justamente lo que nos guía hacia una versión más clara de nosotros mismos.
No se trata de olvidar, sino de recordar sin dolor, de mirar atrás con la gratitud de haber sobrevivido.
De entender que el alma guarda solo lo que necesita para seguir creciendo.
Cuando cae la tarde y el crepúsculo tiñe de oro las montañas, siento que todo —incluso lo que me dolió— tiene un sentido en este viaje.
El espíritu se aquieta, y en el murmullo del agua escucho algo parecido a una respuesta:
"No puedes olvidar porque tu alma todavía está aprendiendo.”
Entonces sonrío.
Y mientras el sol se esconde detrás del cerro, entiendo que vivir es aprender a recordar con amor.
Que la memoria, cuando se acepta, deja de ser prisión y se convierte en camino.
Así, sigo caminando por Aluminé, acompañado por mi historia, por mis errores, por mis amores y mis sombras.
Y aunque el alma no olvide, confío en que cada paso, cada respiración, cada nota de esta música invisible que nos rodea, me lleva un poco más cerca de la paz.
🌅 Epílogo para MusiK EnigmatiK
ResponderEliminarEl verano en Aluminé nos enseña que el fuego del sol y el fuego del corazón arden con el mismo propósito: transformar.
Y que a veces, lo que no podemos olvidar, es precisamente lo que nos revela quiénes somos en verdad.
Porque el espíritu —cuando se atreve a escuchar su propio eco— puede viajar más allá del crepúsculo…
hacia esos lugares insospechados donde el recuerdo se vuelve luz.