"Chasing Shadows" se adentra en las profundidades emocionales del compositor español David Clavijo. Esta pieza instrumental fusiona piano y cuerdas de cámara para crear una atmósfera introspectiva y cinematográfica. Según Clavijo, la obra refleja el coraje necesario para enfrentar los miedos y heridas internas, buscando la renovación y transformación personal. La composición se estructura como una persecución entre el piano y las cuerdas, construyendo tensión y liberación, similar al proceso emocional de confrontar las sombras internas antes de abrazar un nuevo capítulo. Esta obra ha sido descrita como una confesión cinematográfica, donde cada acorde parece una inhalación medida antes de una revelación, y las cuerdas se infiltran lentamente, aumentando la intensidad emocional.
David Clavijo - Chasing Shadows (Single) (2025)
01. Chasing Shadows
Duración total: 05:25 min.
01. Chasing Shadows
Duración total: 05:25 min.
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🌒 "Aminora el paso y escucha el alma del viento"
ResponderEliminarPor un caminante de Aluminé
Dicen los antiguos que el viento del sur no sopla sin propósito. En Aluminé, cuando la bruma baja sobre el río y el sol se derrite detrás de los coihues, uno aprende que la prisa no tiene cabida entre los cerros. Aquí, donde los días se miden por la danza de la luz en el agua, la vida te invita —sin palabras— a soltar el apuro y escuchar lo invisible.
Vivo en un rincón donde el tiempo se curva como las raíces del pehuén, ese árbol sagrado que ha visto pasar siglos y silencios. A veces, mientras camino por la ribera, escucho los susurros de los abuelos mapuches que aún habitan en el aire. Ellos me enseñan que quien camina despacio no llega más tarde, sino más entero.
Porque, como decía Eddie Cantor, “si vas demasiado rápido, no solo te pierdes el paisaje, sino que además pierdes el sentido de a dónde vas y para qué.”
He aprendido que el alma no puede correr.
El alma necesita detenerse.
Respirar.
Contemplar.
Cuando aminoro el paso, la montaña me habla. Me cuenta historias de fuego antiguo y de aguas que guardan memorias. En esos momentos, entiendo que la vida no se trata de avanzar sin pausa, sino de danzar al ritmo de lo que somos: una chispa en el tejido infinito del universo.
En la cultura de mi pueblo, demorarse no es perder tiempo; es ganarle al olvido. Las mujeres se sientan al sol a tejer sin mirar el reloj, los hombres conversan junto al mate sin que la tarde los apure. Todo aquí tiene un pulso propio, más cercano al corazón que al calendario.
Y yo, que alguna vez corrí tras metas invisibles, aprendí que la ansiedad es solo un eco del miedo: miedo a no ser suficiente, miedo a no llegar, miedo a no tener. Pero cuando uno se sienta frente al lago Ruca Choroy y deja que el viento le despeine los pensamientos, ese miedo se disuelve. Lo reemplaza una certeza suave: no hay destino más urgente que estar presente.
El fuego del hogar, encendido cada noche, no solo calienta el cuerpo: purifica la mente. En su crepitar reconozco la voz del espíritu que me recuerda quién soy.
Y pienso… ¿cuántas veces apagamos ese fuego interior corriendo tras cosas que ni siquiera deseamos de verdad?
Aminorar el paso también es eso: volver a encender nuestra llama, sin distracciones, sin ruido. Encontrar el sentido en lo pequeño —en una mirada, en una melodía, en el silencio después de la tormenta— y dejar que la vida vuelva a tener textura.
El misterio de existir no está más allá de las montañas: está dentro de uno, esperando a ser escuchado cuando el ruido del mundo se apaga.
Cada atardecer en Aluminé es una enseñanza. El cielo se tiñe de violetas imposibles, el aire se enfría y el río se vuelve espejo. Todo parece detenerse para recordarte que el fin del día también es un renacimiento.
Allí, en ese instante suspendido, comprendo que disfrutar de la vida no es solo mirar el paisaje, sino ser parte de él.
Ser la brisa que acaricia el agua.
Ser la sombra del cóndor que pasa.
Ser la nota invisible en la música del crepúsculo.
Así, cuando el sol se oculta y las estrellas comienzan su diálogo secreto, me dejo llevar por la melodía del silencio. No necesito correr, porque el alma —como el río— siempre encuentra su cauce.
Si alguna vez sientes que el mundo te empuja, recuerda esto:
no necesitas ir más rápido, solo más consciente.
Cada paso lento es una oración.
Cada pausa, una puerta que se abre.
La prisa te roba el paisaje, pero también el propósito.
Detente. Respira.
Mira alrededor.
Quizás descubras que el viaje más profundo no es hacia adelante, sino hacia adentro.
Porque en verdad, quien aprende a aminorar el paso no se detiene:
empieza a vivir.