Stive Morgan - The Best Of Ambient CD1 (2014)

En "The Best Of Ambient", Stive Morgan se muestra vivo y melancólico, conteniendo en su interior una buena música para piano y sintetizadores que nos deja ver un ápice de tristeza, pero aquí, en esta pista la alegría es lo que cuenta. La versión remix 2014 de "Melancholy (Melancolía)" comienza con el sonido de una apacible tarde de lluvia,  una composición simpática y emotiva que nace en la zona media del piano. Stive Morgan se recrea en el teclado, incluyendo algunos adornos que son perfectos y embellecen aún más el tema. Aqui se muestra un lado tierno y alegre, y aunque se cuelan un par de notas algo tristes, bien es cierto que es un tema que consigue iluminar nuestro día gracias al buen positivismo que irradia esta alegre canción en su melodía.

Stive Morgan - The Best Of Ambient CD1 (2014)

01. In My Dreams
02. Melancholy (remix 2014)
03. Witch Dance
04. Magic World Of Illusions
05. Merging Of Two Hearts
06. Spirit Of The Earth
07. Magic Travel
08. Rain Will Tell All
09. The Master Of Souls
10. Mystical Wood

Duración total: 52:36 min.

Comentarios

  1. Un día ideal en Aluminé para escuchar esta música que nos trae Stive Morgan. Una mañana lluviosa cargada de nostalgia en este día otoñal que viene muy bien acompañada de esta música que arranca con sonidos ambientales y notas melancólicas... pero que luego deja asomar una melodía de esperanza como un rayo de luz cortando las nubes e iluminando nuestro interior. Felicitaciones Stive! Has logrado otro gran éxito que incluimos en el blog!

    “Si eres feliz, si vives cada momento, aprovechando al máximo sus posibilidades, entonces eres una persona inteligente.” Wayne Dyer

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  2. 🌙 "Entre la lluvia y la luz: el pulso secreto de la felicidad"

    La mañana se despierta lenta en Aluminé.
    La lluvia cae con una cadencia que parece medir el pulso del alma, cada gota un latido, un suspiro del cielo que se funde con la tierra. El otoño ha vestido los cerros de oro y de cobre, y el río Aluminé, serpenteando como una melodía ancestral, parece murmurar algo que sólo entiende el corazón cuando se atreve a escuchar más allá del ruido del pensamiento.

    Me quedo observando el vapor que asciende desde los techos de chapa, las hojas que danzan en un último intento de aferrarse al árbol antes de entregarse al viento. Hay algo profundamente sabio en esa entrega. Quizás la felicidad, como decía Wayne Dyer, no sea más que eso: una disposición silenciosa a vivir cada momento sin pretender retenerlo, sin miedo a su fugacidad.

    El mate humea en mis manos, tibio refugio contra el aire húmedo. Afuera, el canto de un chucao se filtra entre la llovizna como un recordatorio de que la vida continúa, siempre, aun en los días más grises.
    Y pienso: ¿cuántas veces buscamos la felicidad como si fuera un horizonte lejano, cuando en realidad late aquí, en el instante presente, escondida en los pliegues de lo cotidiano?

    Ser inteligente —esa inteligencia del alma, no la de los libros ni los títulos— tal vez consista en saborear el momento, en descubrir lo infinito dentro de lo efímero.
    Vivir con atención, con presencia, con gratitud.
    Porque cuando uno se detiene a sentir la lluvia, a oír su música sobre los tejados, comprende que no hay dos gotas iguales, ni dos días, ni dos respiros. Todo cambia, todo se transforma, y en ese movimiento está la belleza.

    Las montañas de Aluminé, silenciosas y majestuosas, lo saben desde siempre. No necesitan demostrar su grandeza; simplemente son. Y quizás de ellas podamos aprender el arte de la quietud interior: ese espacio donde la nostalgia y la esperanza pueden convivir sin contradecirse, donde el dolor se vuelve maestro y la alegría, un eco luminoso que nos recuerda que seguimos vivos.

    En este día otoñal, mientras la lluvia escribe su partitura sobre la tierra, dejo que una melodía —esa que sólo el alma reconoce— me acompañe. Es una música sin nombre, tejida con recuerdos, con anhelos, con sueños que aún no se animan a despertar. Pero en su sonido encuentro paz, una paz que no depende de que el sol regrese o de que las nubes se disuelvan.

    Porque la verdadera luz, esa que corta las sombras y enciende lo invisible, nace desde adentro.
    Y cuando uno logra encenderla, aunque sea un instante, todo se vuelve más claro: la tristeza, la incertidumbre, incluso el vacío… Todo cobra sentido como parte del viaje. Un viaje que, como la lluvia de hoy, no busca destino sino presencia.

    Así, mientras el río sigue su curso y el viento limpia el aire, entiendo que la felicidad no es una meta sino un modo de mirar. Que la inteligencia del alma no se mide en éxitos, sino en la capacidad de sentir plenamente.
    De abrirse a la vida como quien abre los brazos al temporal, sabiendo que incluso bajo la tormenta, hay belleza en cada gota que toca la piel.

    Y en esa comprensión silenciosa, dejo que la mañana me atraviese.
    Soy lluvia, soy tierra, soy luz que intenta brillar entre nubes.
    Soy parte del misterio que respira en este rincón del mundo, en Aluminé, donde cada amanecer parece susurrar:
    “Vive. Sé feliz. Agradece. Y deja que la música del espíritu te lleve más allá del crepúsculo.”

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