"Noel" de David Tolk es una colección musical navideña compuesta por cuatro pistas. La obra presenta arreglos instrumentales pacíficos de villancicos tradicionales, diseñados para acompañar las celebraciones de la temporada festiva con una atmósfera serena y evocadora. En ella participan la violonchelista Nicole Pinnell y la voz etérea de Mackenzie Tolk, aportando textura y calidez a los temas. La portada del EP muestra una bella escena de la natividad, obra del artista J. Kirk Richards, reflejando el espíritu navideño y el enfoque contemplativo del proyecto. Este trabajo incluye temas como "Christmas Eve Medley: Angels We Have Heard on High/Jesu Joy/Still, Still, Still/I Saw Three Ships" que es interpretado con un enfoque sereno y evocador.
David Tolk - Noel (EP) (2025)
01. Christmas Eve Medley (Angels We Have Heard on High/Jesu Joy/Still, Still, Still/I Saw Three Ships)
02. He Is Born, The Divine Christ Child
03. Stille Nacht
04. In Dulci Jubilo
Duración total: 14:42 min.
01. Christmas Eve Medley (Angels We Have Heard on High/Jesu Joy/Still, Still, Still/I Saw Three Ships)
02. He Is Born, The Divine Christ Child
03. Stille Nacht
04. In Dulci Jubilo
Duración total: 14:42 min.
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✨ "Bajo la Llama Serena del Crepúsculo"
ResponderEliminarDicen que en esta época del año, cuando la luz del día se estira como un suspiro sobre los lagos y los cerros del sur, el espíritu se vuelve más silencioso, más atento. Y aquí, en Aluminé, donde el viento conversa con los árboles y el cielo parece un libro abierto, ese silencio adquiere un peso distinto, casi sagrado. Tal vez sea el eco de los antiguos, tal vez el murmullo persistente del agua que no deja de moverse aunque todo parezca quieto. O quizás sea que, cuando llega la Navidad, las heridas del mundo se hacen más visibles… y también la extraña voluntad de sanarlas.
Reflexiono sobre la frase de Marianne Williamson: “En todo país hay heridas por sanar. En toda comunidad hay trabajo por hacer. En todo corazón hay capacidad para hacerlo.” Y mientras la repito, siento que estas palabras no son un mandato, sino una invitación. Una invitación que resuena como un enviado enigmático que llega desde más allá del crepúsculo, trayendo consigo un mensaje sencillo, pero contundente: somos parte de la sanación, aunque a veces no sepamos por dónde empezar.
En mi pequeña casa cerca del río, donde el sonido del agua es mi única música nocturna, me descubro pensando en las heridas invisibles que cargan las personas que encuentro cada día: el vecino que perdió su trabajo y aún sonríe a todos, la mujer que camina desde la comunidad mapuche llevando pan y madera a su familia, el joven que busca su camino mientras el futuro parece desdibujarse como un reflejo en el lago cuando sopla el viento. Todos transitamos con nuestras grietas, nuestras nostalgias, nuestros silencios. Y, sin embargo, también transitamos con la misma capacidad luminosa de reparar, de construir, de tender la mano.
Aquí, en Aluminé, el paisaje enseña sin palabras. El bosque vuelve a brotar tras el incendio. La nieve, que parece un manto inmóvil, guarda la promesa de un deshielo fértil. El río que arrastra piedras y ramas no deja de ser claro. La naturaleza no le teme a la herida, porque conoce su propio ritmo de regeneración. Y entonces me pregunto: ¿qué nos impide imitarla? ¿Por qué creemos que la restauración es un gesto demasiado grande para nosotros, cuando en realidad comienza con algo tan pequeño como escuchar, acompañar o perdonar?
En estas noches previas a la Navidad, el cielo austral adquiere una tonalidad que parece pintada por manos antiguas. Una luz rojiza se mezcla con el azul oscuro y por momentos da la ilusión de una frontera entre mundos: el visible y el invisible; el concreto y el espiritual; el dolor y la esperanza. Y en ese umbral, siento que el espíritu —ese viajero silencioso que todos llevamos adentro— se prepara para desplazarse hacia rincones insospechados de nuestra propia alma.
Hay un misterio en estas fechas, un enigma que no se resuelve con explicaciones sino con presencia. Quizás sea porque la Navidad nos recuerda que lo pequeño puede transformar lo inmenso, que un gesto humilde puede alterar la historia de un corazón. Y así, desde este rincón patagónico, bajo el cielo que nunca se cansa de mostrarse infinito, me permito creer que la sanación no solo es posible, sino inevitable cuando nos reconocemos parte del mismo latido.
Sanar un país comienza por sanar un encuentro. Sanar una comunidad comienza por escuchar un silencio. Sanar un corazón comienza por permitir que la fragilidad sea también un camino.
Este mensaje es mi aporte para el viaje espiritual que propone MusiK EnigmatiK: un recorrido que no solo atraviesa montes y crepúsculos, sino que también se adentra en las zonas inexploradas del alma. Que cada lector encuentre en estas palabras un pequeño faro, un impulso, una señal. Que sepan que, aunque las heridas existan, también existe la ternura que las repara. Y que, aun en la noche más larga, la luz siempre encuentra un modo de volver.
Desde Aluminé, con el viento como compañero y el espíritu despierto, envío este pensamiento como quien enciende una vela en el umbral: para iluminar, aunque sea un poco, el camino compartido.