R. Carlos Nakai & William Eaton - Carry The Gift (1988)

"Carry The Gift" es un álbum colaborativo entre R. Carlos Nakai, maestro de la flauta navajo-estadounidense, y William Eaton, reconocido por sus innovadores instrumentos de cuerda. La obra fusiona sonidos ancestrales y actuales, creando un diálogo entre la tradición indígena norteamericana y la experimentación musical moderna. A través de melodías suaves, texturas etéreas y una producción minimalista, el disco evoca paisajes del desierto y una profunda conexión espiritual con la naturaleza. Cada pieza invita a la introspección y al equilibrio interior, transmitiendo un mensaje de respeto hacia la Tierra y las raíces culturales. El álbum es considerado un referente dentro de la música del suroeste estadounidense y un puente entre mundos sonoros aparentemente opuestos.

R. Carlos Nakai & William Eaton - Carry The Gift (1988)

01. Spring Council
02. Sun March
03. On Painted Wing
04. Feather River Lullaby
05. Earth Smoke Lament
06. Ten Winters
07. Unsung Myths
08. Hunter's Twilight
09. Remember When There Was Water
10. Old Voices Heard
11. Sand Hills Speak
12. Returning Warrior Tales
13. Earth Smoke Lament Rekindled
14. Earth Wisdom
15. Carry The Gift

Duración total: 60:51 min.

Comentarios

  1. 🌿 “Partidario de Vivir: Meditaciones desde Aluminé en Primavera”

    El cielo sobre Aluminé se abre como una herida luminosa. Las nubes, espesas y moradas, anuncian la tormenta que se aproxima con su danza eléctrica. Desde mi ventana, el aire huele a tierra recién nacida y a promesas que aún no encuentran nombre. Es primavera, y todo lo que respira parece recordar que existe un ritmo más antiguo que nuestras preocupaciones: el de la vida floreciendo, incluso entre relámpagos.

    Mientras la lluvia se aproxima, recuerdo las palabras de Joan Manuel Serrat:
    "Prefiero querer a poder, palpar a pisar, besar a reñir, bailar a desfilar, disfrutar a medir. Antes que nada, soy partidario de vivir."
    Y siento que cada trueno, cada soplo de viento patagónico, me susurra el eco de esa declaración: vivir, incluso cuando el mundo se oscurece.

    Aquí, en Aluminé, la vida se mide en pulsos de naturaleza: el murmullo del río, la risa del viento entre los coihues, el canto de los caballos que galopan libres tras la lluvia. La gente del lugar no habla de éxito o fracaso con la prisa de las ciudades. Habla de si floreció la huerta, de si la leña alcanza, de si el invierno fue generoso o cruel. Y en cada palabra hay una sabiduría ancestral: la del que ha aprendido que vivir no es dominar el mundo, sino danzar con él.

    Esta tarde, mientras las primeras gotas golpean el techo de chapa, pienso en cómo nos hemos acostumbrado a medir la vida en logros, en metas, en números. Nos enseñaron a “poder”, a “pisar”, a “desfilar” con paso firme por los pasillos del deber. Pero Serrat —y la montaña— nos recuerdan otra cosa: que querer, palpar, besar, bailar y disfrutar son actos de resistencia. Resistir al olvido del alma. Resistir al ruido que nos separa de lo esencial.

    En medio del trueno, cierro los ojos. El sonido de la tormenta se convierte en música. Cada relámpago ilumina una verdad que solemos pasar por alto: que el dolor también tiene belleza, que la incertidumbre es parte del viaje, que a veces la oscuridad solo existe para que aprendamos a mirar con el corazón.

    La cultura mapuche, tan presente aquí, enseña algo que Serrat habría comprendido con ternura: no se vive “sobre” la tierra, se vive “con” la tierra. Somos parte del pulso que sentimos bajo los pies, del viento que despeina los pensamientos, del agua que nos atraviesa. En ese entendimiento, no hay poder, solo comunión. Y en la comunión, hay plenitud.

    La lluvia cae con fuerza ahora. Cada gota parece golpear las dudas que uno acumula sin darse cuenta. Me descubro sonriendo, sin motivo concreto, solo por el simple acto de estar aquí: respirando, mirando, sintiendo. Me doy cuenta de que el secreto no está en dominar las tormentas, sino en dejar que te mojen. Que la vida, como la primavera, no se conquista: se celebra.

    Quizás eso sea “vivir” en su forma más pura: querer aunque duela, palpar aunque tiemble, besar aunque se tema perder, bailar aunque no haya música, disfrutar aunque no todo esté medido ni asegurado. Vivir como el río que no se pregunta a dónde va, solo sigue su curso confiando en la montaña que lo guía.

    Cuando la tormenta comienza a disiparse, un rayo de sol se filtra entre las nubes y convierte todo en oro líquido. Huele a hierba mojada y a comienzo. El aire es un himno silencioso a la vida.

    Pienso que, quizás, ser partidario de vivir es esto: mirar al cielo después del trueno y seguir agradeciendo. Entender que no hay mapa más enigmático que uno mismo, ni viaje más sagrado que aprender a estar presente.

    La tarde se va tiñendo de un naranja imposible, y yo sigo aquí, bajo el cielo de Aluminé, respirando el milagro cotidiano de existir.
    Y susurro para mí mismo, como quien reza o canta:

    “Prefiero querer. Prefiero palpar. Prefiero vivir.”

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