En "The Solfeggio Experience", Extasis abre un portal sonoro donde las antiguas frecuencias vibran como códigos secretos que despiertan memorias dormidas. Cada pista se despliega como un templo interior, resonando con la energía de los chakras y guiando al oyente hacia territorios invisibles del ser. Los tonos sagrados, envueltos en neblinas de sintetizador y pulsos etéreos, invitan a soltar el peso del tiempo y a escuchar la voz silenciosa del alma. En este viaje, la música se convierte en un puente entre mundos, una llave luminosa que abre la conciencia a lo inexplicable, recordándonos que seguimos siendo parte de un misterio mayor que respira dentro y fuera de nosotros. En cada latido que busca verdad en la oscuridad infinita profunda.
Extasis - The Solfeggio Experience (2025)01. Root 396 Hz
02. Sacral 417 Hz
03. Navel 528 Hz
04. Heart 639 Hz
05. Throat 741 Hz
06. Third Eye 852 Hz
07. Crown 936 Hz
08. Peaceful Return
Duración total: 44:16 min.
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"Solfeggio al Amanecer: Un Viaje Hacia lo Inexplicable"
ResponderEliminarEn esta plácida mañana de finales de primavera, cuando la bruma se levanta lentamente desde las aguas del Aluminé y el sol apenas roza las laderas cubiertas de coirones, siento que el mundo respira conmigo. Aquí, en este rincón del sur donde los silencios todavía conservan memoria de antiguas caminatas mapuche y de vientos que no conocen fronteras, cada amanecer parece revelar un mensaje oculto, un recordatorio tenue de que la vida sigue susurrando aunque a veces no sepamos escucharla.
Me detengo junto al río. El murmullo del agua tiene hoy un pulso distinto, casi como si cada corriente estuviera entonando una frecuencia raíz, un eco prematuro de ese portal sonoro que The Solfeggio Experience promete abrir. Tal vez sea la mente que proyecta, o tal vez sea el espíritu que reconoce lo que el oído aún no descifra. En este instante, recuerdo las palabras de Walt Whitman: “No dejemos de creer que las palabras y la poesía pueden cambiar el mundo.” Y aquí, donde la poesía se esconde en cada piedra húmeda y en cada aroma de maqui maduro, esa frase se vuelve un faro que apunta hacia adentro.
Mientras camino, siento que la música —incluso la que todavía no suena— articula un puente invisible entre mi respiración y el vasto misterio que envuelve la cordillera. Las antiguas frecuencias, esas que vibran como códigos dormidos en la piel del universo, parecen despertar en la luz que cae sobre los ñires jóvenes. Cada rayo es como un verso no escrito, cada sombra un silencio que aguarda su turno. Y comprendo que quizá el verdadero viaje empieza cuando dejamos de apresurar las respuestas y permitimos que la energía del mundo nos pregunte primero.
Aluminé tiene ese don extraño: aquí la naturaleza es maestra, espejo y confesionario. En las mañanas como esta, el paisaje se despliega como un templo hecho de aire, resonando con mis propios chakras, alineando mis dudas, mis nostalgias y mis pequeñas conquistas cotidianas. Siento que cada paso me conduce a un territorio invisible del ser, como si el suelo mismo supiera algo de mí que yo todavía desconozco. Y en esa sutil revelación encuentro un consuelo profundo: no estamos rotos, solo estamos en proceso de recordar quiénes somos.
A veces, la vida pesa. Pero en esta quietud el tiempo se afloja, se aquieta, se deshace entre mis manos como un puñado de cenizas cálidas. Me permito soltar, dejar caer las viejas murallas que cargaba por costumbre. Escucho la voz silenciosa del alma, esa que siempre habló pero que tantas veces ignoré por miedo a su honestidad. Y siento cómo una claridad suave —no una respuesta, sino una presencia— se posa en mi interior.
Comprendo entonces que la música, cuando nace de un lugar sagrado, cuando vibra en las frecuencias antiguas que rozan lo inexplicable, tiene el poder de reconstruir lo que creíamos perdido. Es puente, es llave, es chispa que enciende la conciencia. En cada nota que imagino de Éxtasis se abre un umbral: uno que me recuerda que aún formo parte de un misterio mayor, uno que respira dentro y fuera de mí, entre mis pensamientos y el rumor del río.
Y así, bajo este cielo azul que parece recién creado, me permito un acto simple pero profundo: creer. Creer que las palabras y la poesía —las mías, las tuyas, las de todos— pueden cambiar el mundo. Creer que el espíritu, cuando se escucha a sí mismo sin miedo, encuentra caminos donde antes había sombras. Creer que en cada latido existe una búsqueda honesta de verdad, incluso en la oscuridad infinita y profunda.
Hoy, aquí en Aluminé, dejo que la música que aún no suena me guíe. Porque en esta mañana serena descubro que la transformación no siempre llega como un estruendo; a veces llega como un susurro, como un pequeño destello que se enciende entre los árboles y nos recuerda que todavía podemos renacer.