"Hasten Slowly", el sencillo lanzado por Michelle Qureshi y Cuthead (Dominik Rueegg), es una obra que combina delicadeza y profundidad sonora. Ambos guitarristas entrelazan melodías suaves y armonías precisas que evocan calma, introspección y equilibrio. La textura cálida de las guitarras de cuerdas de nailon se convierte en el hilo conductor de una composición que parece fluir sin esfuerzo, como un diálogo silencioso entre dos almas musicales. El título, que se traduce como “apresúrate despacio”, simboliza el arte de encontrar serenidad en el movimiento y belleza en la simplicidad. Este lanzamiento reafirma el talento de Qureshi para crear paisajes sonoros contemplativos y la capacidad de Rueegg para aportar sensibilidad y sutileza a la guitarra acústica.
Cuthead & Michelle Qureshi - Hasten Slowly (Single) (2025)
01. Hasten Slowly
Duración total: 02:57 min.
01. Hasten Slowly
Duración total: 02:57 min.
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“El eco del Lanín y la lección del amanecer”
ResponderEliminarLa mañana despierta sobre Aluminé con un silencio que no es ausencia de sonido, sino presencia de todo lo que vive. El río murmura entre las piedras como si quisiera contar los sueños que trajo la noche, y el sol, aún tímido, se abre paso entre los coihues y ñires recién florecidos. El aire tiene ese aroma inconfundible de la primavera patagónica: mezcla de tierra húmeda, pasto nuevo y promesa.
Vuelvo de San Martín de los Andes con el alma llena de imágenes, pero una se repite como un mantra en mi mente: el Lanín, majestuoso, erguido, vestido con su manto blanco. Ayer su presencia me acompañaba como una mirada eterna, vigilante, que no juzga ni advierte, sino que enseña en silencio. Es imposible contemplarlo sin sentir que uno también debe erguirse un poco más, pese al peso del pasado o los tropiezos de la vida.
Durante el viaje de regreso, esa montaña se volvió metáfora. Pensé en las veces que he tropezado, en los proyectos que no florecieron, en las palabras no dichas o en las decisiones que creí equivocadas. Pero luego recordé la frase de Zig Ziglar: “Si aprendes de tu fracaso, entonces en realidad no fracasaste.”
Y entendí algo: el Lanín también ha conocido el fracaso. Erupciones, vientos, glaciares que avanzaron y retrocedieron. Sin embargo, allí está. Imponente. Blanco. Sereno. Su aparente quietud esconde mil transformaciones interiores. Así también nosotros —habitantes de estas tierras de fuego y hielo— debemos aprender a permanecer de pie, incluso cuando el alma se resquebraja por dentro.
Aluminé tiene esa sabiduría antigua que te susurra que el camino nunca es lineal. Los mapuches lo saben bien: cada piedra, cada arroyo, cada árbol guarda una historia de caída y renacimiento. El espíritu se templa en la adversidad, igual que el agua que pule la roca con paciencia infinita.
Hoy, mientras tomo mate frente al río, siento que la enseñanza del Lanín viajó conmigo. No vine solo desde San Martín: traje el reflejo de su blancura como un recordatorio de que la pureza no es no haberse ensuciado, sino haber sabido limpiarse del error con humildad. Que aprender no significa olvidar el tropiezo, sino integrarlo, abrazarlo, hacerlo parte del propio paisaje interior.
Cada fracaso, comprendí, es una pequeña erupción que libera presión y reconfigura el terreno del alma. Después de cada una, algo nuevo crece: una idea, una fuerza, una paz.
Y mientras el sol asciende sobre los cerros, me descubro sonriendo. Porque la vida —esta sinfonía de montañas, vientos y silencios— no nos pide perfección, sino presencia. No nos exige triunfos, sino aprendizajes.
Cuando el Lanín vuelve a asomar entre las nubes de la memoria, siento que no estoy solo. Que mi espíritu viaja con él, hacia lugares insospechados más allá del crepúsculo, donde el fracaso se disuelve en comprensión, y la derrota se convierte en una forma profunda de victoria.
El Lanín no teme al invierno, porque sabe que cada nevada es preludio de una nueva primavera. Así también nosotros, cuando aprendemos del error, descubrimos que nunca hemos fracasado: solo hemos crecido.