El álbum "Bella Piano" del pianista y compositor Ed Bazel es un viaje sonoro delicado y profundamente emotivo, que mezcla la sencillez melódica con una sutileza expresiva que va más allá de los géneros. El disco recoge piezas íntimas en las que Bazel deja que el piano hable por sí solo, transmitiendo amor, añoranza y celebración a través de toques suaves y envolventes logrando crear una atmósfera de introspección relajada, ideal para momentos de calma o reflexión interior. Cada nota parece invitar al oyente a detenerse, a quedarse en el silencio que antecede o acompaña al sonido, a saborear el espacio entre los acordes. Con producción cuidada y grabada en Nashville, Tennessee, el álbum se distingue por una claridad en la interpretación que pone al instrumento en el centro, sin artificios evidentes.
Ed Bazel - Bella Piano (2013)
01. Mountain Goddess
02. Stair Step Lullaby
03. Goodbye My Love
04. Reverie
05. Metamorphosis
06. The Volga Noteman
07. Bella Piano
08. Watershed
09. The Tide
10. Sweet Memory
11. Waltz for an Island Girl
Duración total: 32:14 min.
01. Mountain Goddess
02. Stair Step Lullaby
03. Goodbye My Love
04. Reverie
05. Metamorphosis
06. The Volga Noteman
07. Bella Piano
08. Watershed
09. The Tide
10. Sweet Memory
11. Waltz for an Island Girl
Duración total: 32:14 min.
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🌎 "Reflejos del alma en la Tierra"
ResponderEliminarPor un caminante de Aluminé
“El modo en que tratamos al planeta refleja el modo en el que nos tratamos a nosotros mismos.”
—José Chamorro
Hay mañanas en Aluminé en las que el aire parece recién nacido. El sol se asoma tímido detrás de los cerros, y el río canta con un tono que solo entienden las piedras. En ese instante, antes de que el día se llene de voces y motores, uno puede escuchar el pulso antiguo de la Tierra. Ese latido es también el nuestro, aunque lo hayamos olvidado.
Crecí entre montañas que enseñan sin palabras. Aprendí de los mapuches que cada elemento tiene espíritu: el agua, el viento, el fuego, la tierra. No son recursos, sino parientes. Y cuando uno entiende eso, ya no puede mirar una rama rota sin sentir que algo dentro también se quebró.
El modo en que tratamos al planeta, dice Chamorro, revela el modo en que nos tratamos a nosotros mismos.
Y aquí, entre los cipreses y los silencios del sur, esa verdad se hace carne. Porque cuando el río se contamina, también se enturbian nuestras emociones. Cuando el bosque se incendia, arde la esperanza. Cuando talamos sin conciencia, estamos arrancando nuestras propias raíces.
Nos hemos acostumbrado a correr, a llenar los días de ruido y productividad. Pero el espíritu de la montaña nos susurra otra enseñanza: no somos lo que acumulamos, sino lo que nutrimos. Cuidar la Tierra es cuidar el alma, es darle espacio al descanso, a la escucha, a la gratitud.
A veces, cuando subo a los altos de Ruca Choroy, siento que la naturaleza me habla con el idioma del viento. No hay palabras, pero hay entendimiento. Me dice que la sanación del planeta comienza por la sanación interior: por reconciliarnos con nuestra sombra, por abrazar la vulnerabilidad que tanto tememos.
No podemos sanar afuera lo que aún duele adentro.
El río Aluminé no se detiene; fluye con la certeza de que todo sigue su curso. Y quizás esa sea la lección más profunda: aprender a fluir, a limpiar nuestros pensamientos como el agua limpia su cauce.
Si nos tratamos con ternura, el mundo se volverá más amable. Si nos damos tiempo para respirar, el bosque también respirará con nosotros.
La cultura de esta tierra enseña respeto. Kimün, dicen los sabios mapuches: conocimiento que nace de la experiencia y del vínculo con el entorno. Ese saber no se aprende en los libros, sino caminando descalzos, sintiendo el barro y el frío, dejando que la naturaleza nos devuelva el espejo que somos.
Porque sí: somos reflejo del mundo que habitamos. Si sembramos amor, la Tierra florecerá. Si vivimos con culpa y prisa, el suelo se agrieta. Cada pensamiento es una semilla, cada acción, una lluvia o una sequía.
Por eso, hoy más que nunca, vuelvo a mirar al cielo del sur con gratitud. No necesito más que ese horizonte infinito para recordar que todo está unido: mi respiración, el vuelo del cóndor, el susurro del río, la caricia del viento en los coirones.
Cuidar el planeta no es una tarea externa; es un acto de amor propio, un espejo sagrado.
Cuando aprendamos a tratarnos con compasión, la Tierra volverá a cantar.
Y en ese canto, quizás descubramos, por fin, el sonido del espíritu que nos transporta más allá del crepúsculo.