El álbum "Shanti Noel" de Paul Avgerinos es un disco navideño lanzado en 2023 que reinventa clásicos tradicionales con un enfoque ambient-new age muy sereno y espiritual. Con 14 temas que incluyen interpretaciones de piezas como “O Holy Night”, “Silent Night” y “We Three Kings”, el álbum combina coros etéreos, instrumentos acústicos y sutiles capas electrónicas para crear una atmósfera de paz, luz y recogimiento. La producción destaca por su cuidado equilibrio entre tradición y modernidad, con arreglos que invitan a la introspección y a conectar con el espíritu navideño desde un lugar interno. En definitiva, "Shanti Noel" se alza como una propuesta navideña refinada, ideal para quienes buscan una experiencia musical meditativa, cálida y profundamente conmovedora.
Paul Avgerinos - Shanti Noel (2023)
01. O Holy Night
02. Silent Night
03. God Rest Ye Merry Gentlemen
04. We Three Kings
05. Christmas Caravan
06. Snowfalls
07. Angels We Have Heard On High
08. In The Bleak Midwinter
09. O Come Emmanuel
10. Shanti Noel
11. Coventry Carol
12. Carol of Love
13. What Child Is This
14. There Is No Rose of Such Virtue
Duración total: 81:81 min.
01. O Holy Night
02. Silent Night
03. God Rest Ye Merry Gentlemen
04. We Three Kings
05. Christmas Caravan
06. Snowfalls
07. Angels We Have Heard On High
08. In The Bleak Midwinter
09. O Come Emmanuel
10. Shanti Noel
11. Coventry Carol
12. Carol of Love
13. What Child Is This
14. There Is No Rose of Such Virtue
Duración total: 81:81 min.
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✨ "La Alegría que Respira en Aluminé"
ResponderEliminarEl renacer que trae diciembre y despierta la luz interior
Hay noches en las que Aluminé respira distinto. Basta asomarse a la puerta cuando el sol ya se ha escondido detrás de los cerros para sentir que el aire se vuelve más antiguo, más sabio, como si la cordillera guardara un secreto que sólo revela en diciembre. En esta época, cuando los vientos del oeste acarician los pinos y el río murmura historias que nadie ha terminado de descifrar, la Navidad adquiere una textura casi sobrenatural. No es un festejo: es un llamado. Un llamado que se siente en los huesos, pero sobre todo en ese rincón íntimo donde la alegría duerme, esperando su momento para vencer al dolor, tal como susurra Joseph Campbell.
Camino por la orilla del Aluminé, dejando que la corriente hable su idioma. El agua refleja un cielo cambiante, y yo me descubro reflejado en él: un habitante diminuto en medio de una inmensidad que no pretende dar respuestas, pero sí abrir puertas. Cada paso sobre la arena fría me acerca a una verdad que se despliega no en la mente, sino en el pecho, como una melodía que sólo aparece cuando uno se atreve a quedarse en silencio. En Navidad ese silencio pesa distinto; se vuelve profundo, casi ritual. Como si las montañas, por un breve instante, nos concedieran la posibilidad de escucharnos realmente.
Desde chico aprendí que la alegría no siempre grita. A veces apenas respira. A veces se esconde entre los coihues del bosque o en la neblina matinal que baja desde el Ruca Choroy. Pero cuando la encontramos —cuando logramos reconocer ese punto sagrado adentro— su luz es capaz de atravesar cualquier sombra. El dolor, en cambio, siempre intenta imponerse: aparece disfrazado de nostalgia, de cansancio, de preguntas sin respuesta. Pero aquí, en estas tierras donde el viento canta con voz de ancestro, he comprendido que la alegría tiene raíces más profundas que el sufrimiento. Que pertenece a un nivel más hondo, más verdadero, como si hablara desde una parte de nosotros que nunca fue herida.
En las noches más claras salgo al patio y observo cómo las estrellas parecen posarse sobre los techos del pueblo. Desde Aluminé, el cielo se siente más cercano, casi táctil. A veces imagino que cada estrella es una chispa de ese lugar interior que Campbell menciona: pequeños resplandores que nos recuerdan que, incluso en el tránsito por el dolor, hay un faro encendido. Una alegría dispuesta a regresar cuando la dejamos entrar. No se trata de negar la oscuridad, sino de atravesarla con un brillo que no proviene del mundo exterior, sino de una fuente íntima, silenciosa e inquebrantable.
La Navidad aquí no se vive entre grandes estridencias. Más bien se esconde en los detalles: el aroma a leña encendida; el eco distante de una guitarra que alguien toca sin prisa; las luces humildes que titilan sobre las veredas y que, sin saberlo, dialogan con el firmamento patagónico. En esa mezcla de sencillez y misterio, descubro que la fecha no celebra un acontecimiento histórico, sino un renacimiento interior. Una renovación. Un volver a encender la llama que, a veces sin darnos cuenta, dejamos apagar.
Y es entonces cuando surge la revelación: la alegría no necesita permiso para regresar, sólo necesita espacio. Un espacio que se abre cuando dejamos de correr, cuando nos permitimos sentir, cuando aceptamos que el dolor no es un enemigo, sino un mensajero. Desde este rincón del mundo —este Aluminé que vibra entre montañas, ríos y recuerdos— la verdad se vuelve clara: la alegría vence porque es origen, no consecuencia. Porque no es una emoción pasajera, sino una fuerza que nos sostiene incluso cuando creemos haber caído.
Así, mientras la noche se derrama sobre el valle y las primeras luces navideñas empiezan a temblar en la distancia, me dejo llevar por ese espíritu que guía a los viajeros más allá del crepúsculo. Y comprendo que la magia de esta época no está en lo que vemos, sino en lo que despertamos: ese lugar luminoso dentro de nosotros donde, contra todo pronóstico, la alegría siempre encuentra la manera de renacer.