El álbum "Sweet Dreams" es una colaboración de los artistas Michael E y Tim Gelo, conocido por sus proyectos como Velvet Dreamer. Este trabajo de 12 canciones es una colección de temas que los artistas han colaborado a lo largo de los años en los álbumes de Michael E, los cuales han sido meticulosamente seleccionados para formar un nuevo y hermoso conjunto. El álbum ha sido descrito como una experiencia de escucha relajante y melódica, que combina elementos de lounge, chillout y smooth jazz. En general, se presenta como una selección perfecta para momentos de tranquilidad, ofreciendo una producción pulida y un sonido que evoca la calidez del smooth jazz de los años 70, centrándose en el gusto y la elegancia.
Michael E & Tim Gelo - Sweet Dreams (2025)
01. Il Chiringo
02. The View From Here
03. How Beautiful Our Love
04. Pescadores
05. Love's The Greatest Beauty
06. Acknowledgement - Trumpet Mix
07. Blue Flowers for Joni
08. Summertime
09. Goodbye - Trumpet Mix
10. Sweet Dreams
11. Wrap Me Up - Trumpet Mix
12. Hearts Content
Duración total: 75:03 min.
01. Il Chiringo
02. The View From Here
03. How Beautiful Our Love
04. Pescadores
05. Love's The Greatest Beauty
06. Acknowledgement - Trumpet Mix
07. Blue Flowers for Joni
08. Summertime
09. Goodbye - Trumpet Mix
10. Sweet Dreams
11. Wrap Me Up - Trumpet Mix
12. Hearts Content
Duración total: 75:03 min.
.jpg)
“La compasión es una de las más importantes declaraciones de fuerza y coraje que conoce la humanidad.” Dice Paul Gilbert, y siento que esas palabras son como un faro en este día gris y frío. Porque a veces confundimos la compasión con debilidad, como si ser compasivo significara rendirse o dejarse vencer. Pero en realidad, la compasión es la mayor expresión de fortaleza: se necesita valentía para ponerse en el lugar del otro, para sostenerlo, para comprender incluso cuando no hay nada que ganar.
ResponderEliminarMientras escucho Sweet Dreams, el diálogo sonoro entre Michael E y Tim Gelo me lleva a ese estado en que la compasión puede florecer: un espacio de calma, de suavidad, de delicadeza. La música lounge y chillout, con ese perfume de smooth jazz setentero, crea una atmósfera que parece invitar a bajar las defensas, a soltar el peso de los juicios, a simplemente dejarse llevar por la elegancia de la melodía. Es en ese estado donde uno comprende que ser fuerte no siempre es resistir, a veces es abrir el corazón.
Hoy la lluvia en las montañas me recuerda eso mismo. Cada gota cae, frágil, y sin embargo juntas transforman el paisaje entero. Así también la compasión: un gesto pequeño, una palabra, una mirada amable, puede cambiar el tono de todo un día. El viajero interior que llevo dentro se siente acompañado por este clima: un cielo cubierto que me invita a entrar en mí mismo, a escuchar, a reconocer que aunque el cuerpo se canse y la mente dude, el alma encuentra consuelo en la ternura.
Más allá del crepúsculo que llegará con la nieve cayendo, sé que lo importante no será el frío ni la oscuridad, sino cómo elijo responder a lo que sucede. Cada ocaso, cada jornada que se extingue, me ofrece la oportunidad de mirar el mundo con más bondad, de ser compasivo primero conmigo mismo y luego con los demás.
El propósito de hoy es claro: practicar un gesto concreto de compasión, aunque sea sencillo y silencioso. Puede ser agradecer a alguien que me acompañe, escuchar sin interrumpir, o simplemente tratarme con paciencia en medio de mis propias limitaciones. Porque al final, la compasión no es otra cosa que transformar la vida en un refugio de humanidad, en un lugar donde siempre hay un poco de calor, incluso en medio de la tormenta.
“El Silencio de los Lagos y la Fuerza de la Compasión”
ResponderEliminarPor un habitante de Aluminé
En Aluminé, cuando el sol comienza a descender detrás de los cerros y el aire huele a leña y río, hay un instante en que el mundo parece detenerse. El viento que desciende desde el cerro Quilque Lil acaricia los álamos, y el murmullo del río se convierte en una especie de canto antiguo. En ese silencio vivo, uno puede escuchar algo más que sonidos: puede sentir el pulso de la tierra y, si se atreve, el latido de su propio corazón.
Vivir aquí no es solo un acto geográfico; es una forma de existencia que invita a la introspección. La naturaleza, con su inmensidad y su ritmo sin prisa, nos enseña lo que hemos olvidado: que la verdadera fortaleza no está en resistir o en imponerse, sino en abrirse. Y en esa apertura, nace la compasión.
Paul Gilbert escribió: “La compasión es una de las más importantes declaraciones de fuerza y coraje que conoce la humanidad.”
Cada día, entre montañas y cielos sin límites, esa frase cobra un sentido tangible. Porque en la soledad serena de estas tierras uno comprende que la compasión no es debilidad, sino fuego templado: la capacidad de sostener el dolor propio y el ajeno sin quebrarse, de mirar con ternura incluso aquello que nos hiere.
He visto cómo los antiguos mapuches de esta región, al contar sus historias, hablan de rakiduam —la visión interior—, un modo de mirar que no separa el espíritu de la tierra. Comprendí entonces que la compasión es también una forma de mirar. Es ver más allá de la superficie, reconocer la humanidad compartida, entender que cada ser, incluso aquel que nos hiere, carga su propio invierno.
Y si logramos mirar así, algo cambia. Las heridas comienzan a cerrarse, no porque el mundo se vuelva más justo, sino porque dejamos de pelear con él. Ese es el acto más valiente: no responder con dureza, sino con comprensión. No rendirse, sino transformarse.
Hay una sabiduría ancestral en esta tierra que nos recuerda que todo fuego necesita aire para mantenerse encendido, y todo corazón necesita compasión para no volverse piedra. Amar, incluso después del daño, no es olvidar; es liberar. Es entender que el otro —el que hiere, el que teme, el que se equivoca— es también parte del mismo tejido sagrado que nos sostiene a todos.
A veces, al caer la tarde, camino hasta la orilla del río Aluminé. Me siento sobre una piedra y observo cómo la corriente se lleva las hojas caídas. En ese fluir reconozco algo profundo: la compasión es como el agua. No lucha contra los obstáculos, los abraza, los rodea y continúa su camino. En su aparente suavidad, hay una fuerza inconmensurable.
Allí, mirando el agua, entiendo que no hay mayor revolución espiritual que aprender a mirar con bondad. No se trata de ser ingenuos, sino de recordar que el amor —cuando es sabio— se convierte en poder. Y ese poder no destruye: transforma.
El crepúsculo en Aluminé tiene un lenguaje propio. Las montañas se tiñen de cobre y violeta, los caballos regresan al corral, y el cielo parece suspenderse entre dos mundos. Es entonces cuando la compasión se vuelve presencia: un calor interno que ilumina sin palabras.
Comprendo, mientras el día muere, que todos somos aprendices en esta escuela silenciosa que es la vida. Y que cada vez que elegimos la comprensión en lugar del juicio, la empatía en lugar del orgullo, estamos reconstruyendo el mundo desde adentro.
La compasión no es una emoción pasajera: es una práctica. Es un modo de vivir, de relacionarse, de sanar. Es mirar a la montaña y saber que ella también mira. Es dejar que el río nos limpie por dentro. Es entender que la fuerza no está en endurecerse, sino en permanecer sensibles.
Y cuando la noche finalmente cae y las primeras estrellas comienzan a brillar sobre el lago Ruca Choroy, siento que el alma también se abre como un cielo despejado. Que en medio de tanta oscuridad, el acto de ser compasivos es, quizá, la más pura forma de luz.
“Ser compasivo no es renunciar a la lucha: es luchar desde el corazón.”