El álbum "Spring of Fire" de 92 Keys, lanzado en 2018, es una obra de corte híbrido en la que se combinan elementos del género clásico con arreglos modernos y adaptaciones vocales. Con un tempo promedio de unos 103 BPM, el disco recorre diversos estados de ánimo musicales y emocionales. En su repertorio figuran versiones y reinterpretaciones como Beauty and the Beast, Rolling in the Deep, Somebody to Love o I See Fire, además de composiciones propias, lo que evidencia un enfoque ecléctico hacia lo vocal e instrumental. Un tema destacado es How Far I’ll Go, que aparece como pista final y se desarrolla en tonalidad de Do♯ menor, con una energía intensa y emotiva. En conjunto, el álbum "Spring of Fire" logra fusionar sensibilidad melódica con una producción pulida y ambiciosa.
92 Keys - Spring of Fire (2018)
01. I See Fire
02. Ode to Joy
03. Beauty and the Beast
04. Rolling in the Deep
05. Stoopid Saung
06. Somebody to Love
07. What a Wonderful World
08. Be Thou My Vision
09. Life and Death
10. Jordan's Song
11. Remembrance
12. How Far I'll Go
Duración total: 45:27 min.
01. I See Fire
02. Ode to Joy
03. Beauty and the Beast
04. Rolling in the Deep
05. Stoopid Saung
06. Somebody to Love
07. What a Wonderful World
08. Be Thou My Vision
09. Life and Death
10. Jordan's Song
11. Remembrance
12. How Far I'll Go
Duración total: 45:27 min.
🌌 Más Allá del Crepúsculo: Donde el Corazón se Expande
ResponderEliminarPor un viajero del espíritu desde Aluminé
Al caer la tarde en Aluminé, cuando el cielo comienza a arder en tonos lilas y cobres, se abre una ventana hacia lo invisible. Aquí, rodeado por los bosques de araucarias y el murmullo constante del río, he aprendido que el verdadero viaje no es hacia afuera, sino hacia dentro.
Vivir en este rincón del sur —aislado y, a la vez, conectado con lo más profundo del ser— me ha enseñado a escuchar. No con los oídos, sino con el alma. Y cuando uno escucha de esa manera, empieza a percibir algo misterioso: que el corazón no es un órgano encerrado en un cuerpo, sino un espacio sagrado que se expande... si se lo permitimos.
David Steindl-Rast escribió:
"Nada produce un gozo mayor que cuando nuestro corazón crece más y más, y nuestro sentido de pertenencia se hace más y más profundo."
Y es cierto. Lo he visto en mí y en otros. Porque cuando el corazón se abre, incluso el dolor se transforma. Se vuelve un puente. Un umbral. Una posibilidad.
Vivimos en una época donde nos enseñan a temer el vacío: ese silencio interno, esa pausa entre pensamientos, esa sensación de no saber quiénes somos exactamente. Pero aquí, en los amaneceres solitarios de la Patagonia, he descubierto que el vacío no es una amenaza... es el recipiente sagrado donde el corazón puede crecer.
Cuando dejamos de resistir, cuando respiramos y soltamos —aunque sea por un instante— la necesidad de tener todo bajo control, algo milagroso ocurre: comenzamos a pertenecer. No a un grupo, no a una idea fija, sino a la totalidad. Al río, al viento, a la música que surge cuando nos afinamos al misterio que nos habita.
Pertenecer es recordar que no estamos solos. Que hay una inteligencia más profunda guiándonos, aunque a veces parezca invisible. Que somos parte de una sinfonía que no se oye con los oídos, sino con la vibración del alma.
Y cuanto más profundo es ese sentido de pertenencia, más fácil se vuelve perdonar. Más sencillo es agradecer. Más natural es amar sin condiciones.
Claro que el camino no es siempre lineal. Hay noches frías, internas. Hay días de confusión, de rabia, de querer escapar incluso de uno mismo. Pero si nos quedamos, si resistimos la tentación de huir… algo se transforma. Y ese “algo” es lo que abre la puerta a lo sagrado.
Así, cada puesta de sol en Aluminé me recuerda una verdad simple pero poderosa:
el corazón es infinito. Y cuanto más lo nutrimos —con belleza, con silencio, con humildad— más crece. Hasta que un día, sin saber cómo, comprendemos que ya no tenemos que buscar nuestro lugar en el mundo... porque el mundo habita en nosotros.
Ese es el verdadero gozo. No el placer pasajero, no la gratificación inmediata, sino esa expansión silenciosa que nos devuelve a casa. A ese lugar interno donde todo encaja. Donde todo tiene sentido. Donde somos parte del Todo.
Más allá del crepúsculo, más allá del miedo, más allá de lo conocido...
allí es donde el corazón florece.
Y tú, ¿te atreves a dejarlo crecer?