Age Of Echoes - Beyond The Farthest Shore (2015)

Age Of Echoes se está convirtiendo en una auténtica leyenda dentro de la música New Age. A lo largo de su trayectoria, se han ganado una sólida reputación internacional al componer obras realmente impresionantes, posicionándose como unos de los mejores del género a nivel mundial. Inspirados por la naturaleza, los misterios del universo y las culturas antiguas, su música fusiona con maestría instrumentos acústicos con sonidos sintetizados. Age Of Echoes han desarrollado estilos propios creando composiciones altamente melódicas, expresivas e inspiradoras. Su sonido conecta directamente con nuestra alma, dejando melodías que pueden resonar en nuestro interior durante todo el día. Su obra “Beyond The Farthest Shore” posee un espíritu de aventura único y cautivador.

 

Age Of Echoes - Beyond The Farthest Shore (2015)

01. Spirit of Adventure
02. To the Ends of the Earth
03. Mapping the Stars
04. Hidden Paradise
05. Sea of Voices
06. Beyond the Farthest Shore
07. What Becomes of Us

Duración total: 56:37 min.

Comentarios

  1. Dijo Napoleón...

    “El porvenir de un hijo depende de su madre”.

    Para la mayoría de los hijos, la madre es el único amor que dura toda la vida, el único amor contra el que nada puede la rutina y las trampas del tiempo.
    La madre es el símbolo del amor entendido como entrega. Es la única capaz de renunciar a sí misma por el bien de su hijo. La única capaz de darlo todo sin esperar nada. La que nunca falla, la que nunca olvida, la que comprende todo y todo lo perdona, la que siempre tiene los brazos abiertos para recibir y consolar al hijo pródigo.

    A todas las Madres que nos acompañan cada día y a las que nos acompañan desde el cielo y jamas olvidaremos.

    Felicidades y gracias por darnos vida,
    Con profundo amor.

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  2. "Aluminé, una mañana que despierta el alma"

    El amanecer en Aluminé siempre llega como un susurro antiguo. Antes de que el sol termine de abrir los ojos, una luz suave se derrama sobre los cerros y la brisa fresca baja desde los bosques como si trajera mensajes secretos. Hoy, mientras camino entre los arbustos de rosa mosqueta en flor, siento que la naturaleza entera murmura una verdad que se esconde en lo profundo de la vida: cada despertar es un renacer, y cada renacer, una oportunidad para transformarnos.

    Las rosas mosqueta, con sus pétalos delicados y su perfume sutil, me recuerdan la frase que acompaña mis pensamientos desde hace días: “El porvenir de un hijo depende de su madre”, dijo Napoleón. La he repetido como un mantra, tratando de comprenderla más allá de lo literal. Y aquí, entre estas flores que crecen con una fuerza inesperada, se me revela un sentido más amplio y espiritual.

    Porque, en cierto modo, todos llevamos dentro una madre interior: esa parte que cuida, sostiene, comprende y da forma al futuro. No importa si nunca hemos tenido hijos o si nuestra historia familiar es luminosa o difícil; lo que importa es la capacidad que tenemos de gestar un mañana diferente a través de nuestra propia conciencia.

    Cada pensamiento que alimentamos, cada emoción que regamos, cada acto que repetimos… todo es semilla. Y esa semilla, como en el vientre de una madre, crece silenciosa, se desarrolla y termina convirtiéndose en nuestro destino.

    Mientras escucho el murmullo del río Aluminé, entiendo que la vida no nos exige perfección, sino presencia. Que criamos nuestro futuro cuando elegimos qué voces internas escuchar: la del miedo o la de la esperanza, la del dolor antiguo o la del nuevo comienzo. A veces —como estas rosas que nacen entre espinas— nuestra mejor versión florece en medio de lo difícil, cuando decidimos mirarnos con compasión y permitirnos avanzar, aunque sea un paso pequeño.

    Aquí, en esta mañana primaveral, los cerros parecen guardianes silenciosos que nos observan crecer. La cultura de este lugar —el respeto por la tierra, el valor del silencio, la conexión con los ciclos naturales— nos enseña día a día que todo tiene su ritmo. No podemos forzar la transformación, pero sí podemos crear las condiciones para que ocurra. Así como la madre nutre sin ver aún el rostro del hijo, nosotros debemos confiar en lo que estamos formando dentro nuestro, aunque todavía no se manifieste en el mundo exterior.

    Pienso en las historias de la gente de Aluminé: en la fortaleza con la que se enfrentan a los inviernos duros, en la paciencia para esperar la primavera, en la gratitud con la que celebran cada fruto de la tierra. Y comprendo que esta comunidad entera, consciente o no, vive recordándonos que la vida se construye con constancia y ternura. Que no hay un “porvenir” separado de nuestras acciones diarias.

    Me siento sobre una roca tibia mientras el sol por fin asciende, dorando los arbustos vibrantes de rosa mosqueta. Cierro los ojos y dejo que el viento me hable. Me dice que todos somos hijos del pasado, pero también madres del porvenir. Que nuestro interior tiene la capacidad de gestar fortaleza, serenidad, perdón, creatividad. Que podemos renacer tantas veces como sintamos necesario.

    A quienes leen esta reflexión desde el otro lado del crepúsculo, les confieso algo: la verdadera autoayuda no empieza con grandes revelaciones, sino con un gesto simple. Una respiración consciente. Un pensamiento amable hacia uno mismo. Un acto de fe en que, aunque no lo veamos todavía, estamos encaminándonos hacia una versión más plena de quienes somos.

    Hoy, en este rincón del Neuquén donde la primavera se anuncia con flores silvestres, siento que el mundo nos invita a recordar nuestra capacidad de crear. Que, así como la naturaleza se reinventa año tras año, nosotros también podemos reinventar nuestro destino. Podemos ser las madres de nuestro futuro, gestando con amor la vida que aún no existe, pero que ya late en nuestro interior.

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  3. Y así, mientras continúo mi camino, el espíritu se expande más allá de los cerros, más allá del bosque, más allá del crepúsculo. Comprendo que la frase de Napoleón no es solo una reflexión histórica: es un recordatorio íntimo y universal.

    El porvenir depende de la parte nuestra que sabe amar, proteger y sostener. Y esa parte —la madre interior— siempre está lista para guiarnos hacia lugares insospechados.

    Hoy, entre rosas mosqueta y luz temprana, el viaje continúa. Y cada paso, cada latido, es un recordatorio de que aún hay mucho por florecer.

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