"A Hundred Thousand Angels", del dúo Bliss, es un álbum emblemático dentro del género new age que combina atmósferas etéreas con la voz suave y profundamente emotiva de Lucinda Drayton. Inspirado en la meditación Raja Yoga, el disco transmite una intensa sensación de calma, consuelo y espiritualidad. Su canción titular se convirtió en un himno de sanación, frecuentemente utilizado por terapeutas y practicantes de meditación para acompañar procesos emocionales y momentos de introspección. Con arreglos delicados creados por Andrew Blissett, el álbum destaca por su sensibilidad y su capacidad para generar un ambiente íntimo y contemplativo. Su recepción consolidó a Bliss como un referente en música para bienestar y transformación interior.
Bliss - A Hundred Thousand Angels (2001)
01. A hundred thousand angels
02. Come into the Light
03. Farewell to Music
04. Sunrise
05. I'll be Waiting
06. This Love
07. Shiv Shakti
08. Naked
09. Say Goodbye
10. Grace
11. One Wish
12. Om Shanti
Duración total: 54:32 min.
.jpg)
🌌 "Aluminé: Donde la Noche Susurra lo que el Alma Olvida"
ResponderEliminarAnoche, cuando la primavera despertaba en silencio los bordes de la estepa y la brisa del río Aluminé corría con un rumor tibio, decidí salir a caminar sin rumbo, como quien busca una respuesta que aún no sabe formular. La noche estaba tan clara que el cielo parecía haber dejado caer un manto de estrellas recién pulidas. Y allí, inesperadamente, un tenue resplandor verdoso comenzó a danzar sobre las cumbres nevadas: la aurora austral, caprichosa visitante, tejía sus hilos luminosos sobre nuestro pequeño mundo cordillerano.
Fue entonces cuando comprendí que el cielo a veces habla más fuerte que nuestros pensamientos.
Me detuve. Respiré. Dejé que el silencio de Aluminé —ese silencio que no es vacío, sino abrazo— me envolviera. Y en ese instante, recordé la frase de Kübler-Ross: “Nuestros miedos no detienen a la muerte, sino a la vida.”
La repetí en voz baja, como si fuera un conjuro destinado a abrir puertas internas.
Vivir aquí, entre lengas rojizas y aguas que nunca dejan de correr, me ha enseñado que todo lo que fluye permanece. El río no se detiene ante una roca: la rodea. La planta no renuncia a brotar porque teme a la helada tardía: lo intenta igual. Incluso el cielo, en su danza eterna, trae luces imposibles aunque nadie las espere.
Y sin embargo nosotros, criaturas de carne y sueño, nos quedamos inmóviles frente a temores que rara vez se vuelven reales.
Nos paraliza hablar, amar, cambiar, partir, regresar…
Creemos que evitar el riesgo nos protege, cuando en realidad nos encadena.
Anoche, bajo la aurora austral, entendí que el miedo no es un guardián: es un ladrón.
Nos roba instantes que jamás volverán.
Nos convence de que vivir “más tarde” es una opción.
Pero la vida —como el viento que baja desde el cerro Quilque Lil— no espera.
Mientras las luces celestes se abrían como pétalos sobre la oscuridad, pensé en cuántas veces había dejado que mis propios destellos quedaran ocultos detrás de nubes que yo mismo fabriqué:
la duda, la inseguridad, el qué dirán, el miedo al fracaso que nunca llega o al éxito que uno teme sostener.
Pero esa aurora, tímida y vibrante, parecía recordarme que incluso la energía más tenue puede transformar la noche entera.
¿Qué pasaría si nos permitiéramos brillar así?
¿Qué vida se abriría frente a nosotros si no apagáramos nuestros impulsos más auténticos?
Porque la verdad es simple, aunque nos duela:
la muerte llegará algún día, inevitable, tranquila, como una sombra que regresa a su casa.
Pero la vida… la vida pasa ahora, mientras dudamos.
En Aluminé, la madrugada siempre huele a renacimiento.
A veces confundimos prudencia con miedo, rutina con seguridad, quietud con paz.
Pero la aurora —esa intrusa fascinante— me mostró que la vida tiene un lenguaje que no admite excusas:
o te permitís vivir, o te quedás mirando desde afuera.
Así que hoy, mientras camino por el pueblo y escucho el crujido de las hojas nuevas bajo mis pasos, decido algo sencillo:
no permitir que mis miedos sigan tomando decisiones por mí.
Decido hablar, aunque mi voz tiemble.
Decido empezar, aunque no sepa cómo terminará.
Decido avanzar, aunque el sendero se curve entre los bosques.
Decido vivir, incluso cuando parte de mí insiste en esconderse.
Porque vivir no es no tener miedo.
Vivir es avanzar con el miedo, pero no para él.
Es reconocerlo, agradecerle su intento torpe de protegernos, y luego invitarlo a caminar detrás, no adelante.
Mientras escribo estas líneas siento todavía el eco de la aurora en mis ojos, como si hubiese dejado una semilla de luz en el centro de mi pecho. Y quiero ofrecerte esa semilla, lector o lectora:
Que cada una de tus noches, aunque silenciosa, te muestre una chispa inesperada.
Que cada aurora —real o metafórica— te recuerde que estás a tiempo.
Y que cada paso que des sea un pequeño acto de rebeldía contra el miedo…
y un enorme acto de amor hacia tu propia vida.
Porque sí:
Nuestros miedos no detienen a la muerte.
Pero pueden, si los dejamos, detenerlo todo lo demás.
Y hoy no es un día para eso.